Como cualquier otro voluntario de CEMEA llegué a Roma llena de expectativas: la ciudad, el trabajo a realizar, la vivienda, la gente…
Quisiera detenerme en este pequeño artículo en las sensaciones que la ciudad me ha proporcionado.
Conocía la ciudad, había venido aquí muchas veces. En mi memoria Roma se asociaba a los cálidos colores de las casas, a las imponentes ruinas de su pasado, a la impronta que la Iglesia dejó en la ciudad, al sol impenitente, a la estética de sus rincones, a la belleza. Casi nada más llegar me topé con la otra Roma: la de la plaza Ottavia con su ajetreo permanente, la del tranvía 14 destino Togliatti, la de las mil etnias e infinitas lenguas. También la de la miseria y la lucha por la supervivencia, la de los barrios pobres y las calles descuidadas, la de la suciedad y la desidia, la de los ciudadanos manifestándose contra la prvatización del agua. Me chocó que una tarde, al bajar del tranvía de vuelta a casa, un grupo de personas se reunía en el parque Vittorio Emmanuele. Recogían firmas para que el parque continuara siendo lo que es: un lugar de encuentro, un cine de verano, un espacio de charla y de paseo. También el parque iba a ser privatizado. En él se instalarían negocios y restaurantes, dejaría de ser un espacio público para convertirse, como el agua, en un negocio.
Poco a poco mi percepción sobre la ciudad iba cambiando. Muy atrás quedaban el insulso punto de vista de la turista que reitera hasta la saciedad la cantinela de la alabanza encontrada en las guías. Roma era algo más y estaba viva , se resistía a que la vendiesen o mostraba sin pudor sus heridas.
Y esta Roma poco a poco fue ganando mi compasión y mi afecto y sentí que Roma era también esa otra Roma y que la una sin la otra no son Roma.
Maria Luz Oyon Bañales
03/05/2012 – 31/05/2012 Roma, Italia
Progetto Go 50+II
Cemea del Lazio
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